Buenos días familias!! es martes y en dos días estamos de puente...que más podemos pedir??
Os dejo un artículo, que aunque no recuerdo de dónde lo he sacado, espero que os parezca interesante.
LA IMPORTANCIA DEL CAMBIO DE PAÑALES A
BEBÉS
De Mª Rosa Ferri
Hemos acostumbrado al niño pequeño a
dejarse hacer pasivamente y a no dejarlo participar de su cambio de
pañales: “puede ser autónomo durante todo el día, pero cuando le
cambiamos no..¡estate quieto, que es sólo un momento!”. Además,
no suele hacerse caso de lo que le gusta o no: el adulto no está
pendiente de las expresiones del niño, que pueden ser muy difusas,
apenas perceptibles, incluso una simple mueca.
Es un acto rutinario, pero hay que dar
a las rutinas la categoría que se merecen, ya que adquieren una
gran importancia porque se repiten varias veces a lo largo del día y
durante todos los años que el niño lleva pañal.
No puede considerarse el cambio de
pañales como una acción eficaz y mecanizada de la que hay que
liberarse lo antes posible. Tenemos que ver al niño no como un
objeto, sino como un ser humano que tiene sentimientos, que vive, que
ve y que comprende todo lo que se le hace. El adulto tiene que
aceptar la posibilidad de cooperar con él.
En el cambio de pañales hay que
establecer una relación privilegiada, íntima, cara a cara el adulto
y el niño. Tiene que haber un interés mutuo. El niño tiene que
conseguir una verdadera relación con el adulto que lo cambia, hay
que establecer un intercambio emocional que le dará una seguridad y
una confianza que le permitirán después ir a jugar y descubrir el
mundo que le rodea.
Las atenciones corporales se han de
llevar a cabo con una gran intención por parte del adulto y han de
ayudar al niño en su estructuración interna. Tenemos que aprovechar
el cambio de pañales para enseñarle cómo es su cuerpo: “Éste
eres tú y ésta que te toca soy yo. Las sensaciones las tienes tú”.
La acción del niño y el adulto están
estrechamente ligadas. La educadora tiene que adaptarse al ritmo y a
los inicios de movimiento del niño, que tiene que poder moverse
mientras lo cambian. Hemos de comunicarnos con los niños a través
de la palabra, el gesto y la mirada. Hay que poner palabras a lo que
vamos haciendo para que no se vean sorprendidos por ninguna acción
nuestra inesperada. La verbalización también permite interiorizar
las acciones que llevamos a cabo y más tarde el niño puede
representarlas y anticiparlas. Hay que dar el tiempo necesario para
que el niño entienda lo que le estamos diciendo, y es bueno dar un
tiempo de espera para constatar cómo llegan las palabras de la
persona adulta.
Los niños y las niñas de estas edades
no se comunican verbalmente, pero si se expresan a través de
pequeños gestos. Hay que estar atentos a lo que nos quiere
transmitir el niño, ya que tenemos que demostrarle que nos interesa
lo que él vive y siente. Si el niño se siente escuchado, después
será él quien escuche lo que le dice el adulto.
Las manos del adulto también hablan,
es un diálogo muy importante: por un lado, hay que tocar al bebé
con mucha suavidad porque es el cuerpo del bebé el que recibe las
sensaciones. Por otro lado, las manos tienen un vocabulario propio:
las manos abiertas, cerradas, rectas, estiradas… Todo nuestro
cuerpo, nuestra actitud, habla también al niño.
Al cambiar a un niño de cara (el niño
y el adulto se pueden ver) se facilita la comunicación y la conexión
con la mirada, y tanto el niño como la educadora tienen una posición
correcta.
Antes de coger al niño para cambiarle
hay que preparar el espacio destinado a tal fin: la toalla, el pañal,
la ropa de cambio… Si es posible iremos hacia él de manera que nos
pueda ver y lo cogeremos procurando que no pierda la inestabilidad.
Ha de ser un momento tranquilo y relajado.
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